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martes, 18 de junio de 2013

Milford Bateman: El contradictor


Milford Bateman
(Mundo Microfinanzas) La revista Ola financiera, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ha publicado en su última edición el artículo La Era de las Microfinanzas: Destruyendo las economías desde abajo, del investigador y consultor británico Milford Bateman. La versión original del texto fue publicada como documento de trabajo bajo el título The Age of Microfinance: Destroying Latin American economies from below, por la Fundación Austríaca de Investigación para la Ayuda al Desarrollo (OFSE, Working Paper 39, Viena, mayo de 2013).

El artículo es un duro alegato contra las microfinanzas y, en especial, contra su práctica en América Latina. Bateman, conocido por sus críticas investigaciones sobre el sector microfinanciero en los Balcanes, ya había sacudido a la industria con su libro Why Doesn’t Microfinance Work? The Destructive Rise of Local Neoliberalism (Zed Books, Londres, 2010), provocador y controversial, donde plantea no sólo que el modelo de las microfinanzas no funciona sino que, peor aún, constituye una traba para el desarrollo.

Bateman taladra sin mediatintas sobre el corazón filosófico de las microfinanzas y sobre el plexo de enunciados que han legitimado a la industria, desde el suceso Grameen en Bangladesh, en los ’70, como herramienta de desarrollo y superación de la pobreza.

La hipótesis central de Bateman es que las microfinanzas constituyen una intervención anti-desarrollo y que, lejos de ayudar a superar la pobreza, no hacen sino profundizarla. En América Latina, como en otras regiones en desarrollo, el modelo de las microfinanzas está asociado con “la progresiva desindustrialización, infantilización e informalización del sector local de empresas y de la economía local”, afirma el autor.

La línea de análisis fuerte del artículo -y lo más interesante del enfoque de Bateman, a mi juicio- es que el tejido empresarial de un país puede verse como una constelación donde coexisten, desde una perspectiva de desarrollo, empresas buenas o correctas, y empresas malas o “equivocadas”. Las primeras son típicamente pymes y grandes compañías, es decir, empresas de cierta envergadura, formalizadas (que pagan impuestos), con capacidad para absorber empleo y entramarse en cadenas productivas. Las segundas son típicamente microempresas o empresas de subsistencia, informales (que evaden impuestos), que por su diminuta existencia no tienen capacidad de “derrame” hacia proyectos de crecimiento en escala. Las microfinanzas -dice Bateman- han puesto su atención en las empresas malas e incorrectas. Y lo peor, se lamenta el autor, es que en las últimas décadas los organismos multilaterales de desarrollo y agencias de cooperación internacional han destinado cuantiosos recursos hacia este sector tan poco productivo en la dinámica económica.

Veamos por caso cómo analiza Bateman el fenómeno de las microfinanzas en Bolivia, donde él ya visualiza un punto de “saturación” o sobreoferta.

En Bolivia -comienzo a glosar a Bateman- el sector de las microfinanzas juega un papel central en la intermediación financiera, probablemente más que en cualquier otro país de América Latina, e incluso globalmente. El resultado ha sido que la economía boliviana ha visto un crecimiento alto en el sector informal desde la llegada de las microfinanzas a fines de los años ’80, pero poco desarrollo relativo (y menos cada año) del sector más productivo de pymes formales. Un claro ejemplo de ello es la ciudad de El Alto, “una enorme tienda al aire libre”. El mayor fondeo canalizado hacia estas microempresas o empresas informales responde a una motivación clara: la búsqueda de mayor rentabilidad. Este sector es más atractivo que las empresas industriales o pymes porque en general está gestionado por mujeres pobres dispuestas a pagar altísimas tasas de interés por actividades de rápido intercambio. Así es que las empresas “correctas” no pueden desarrollarse o crecer de forma sostenible porque cada vez están más obligadas a competir en un hostil escenario de empresas “incorrectas”. Y las riquezas naturales de un país como Bolivia no se invierten en la (re)construcción de una economía industrial más productiva sino en una estructura económica dominada por las microempresas, minúsculas e improductivas, al estilo Bangladesh. Fin de la glosa.

El mismo análisis es aplicado por el autor a los otros países latinoamericanos que estudia, destacando algunos rasgos idiosincrásicos: en México las tasas de interés “astronómicas” y la exacerbación del microcrédito de consumo; en Colombia la proliferación de microempresas informales que pusieron freno al desarrollo de una industria textil insinuada en los ’50; en Perú la configuración de un sector empresarial extensivo y débil.

El enfoque es interesante y estimula al debate. No negamos que Bateman apunta contra un nervio sensible en la agenda de quienes diseñan y deciden políticas de desarrollo. Y su posición es coherente y relevante, aunque no exenta de críticas.

Algunas críticas

Las críticas pueden ir desde la construcción de un ethos de provocador, que lo lleva a algunas afirmaciones un tanto petardistas (las ganancias de decenas de millones de dólares de los gerentes de Compartamos “pagados por las mujeres pobres” de México), hasta ciertos flancos del argumento que no parecen tener un correlato empírico exacto. Está por dilucidarse la relación “orgánica” de las microfinanzas con el impacto en la pobreza, pero lo cierto es que en América Latina hay menos pobres hoy que hace diez años, lapso en el cual el sector microfinanciero se ha visto propulsado en varios países. Y en Bolivia hay menos pobres hoy que cuando comenzaron a operar las microfinancieras.

Por otra parte, en cuanto a una historia económica latinoamericana, Bateman tiende a sobredimensionar la etapa de industrialización por sustitución de importaciones. Es cierto que tras la crisis financiera del ’30 hubo un proceso sustitutivo en prácticamente toda la región, y que ese proceso se interrumpe en los años ’70 u ’80, pero también es cierto que no en todos los países se dio del mismo modo, ni con la misma intensidad ni con el mismo grado de verticalización. Y habría que estudiar con más detenimiento la procedencia social y económica de los contingentes que, a partir de la década del ’80, comienzan a engrosar las carteras de las IMFs latinoamericanas.

Además, si es cierto como plantea Bateman que el mercado microfinanciero en Latinoamérica está llegando a un punto de saturación, producto del ingreso de firmas comerciales atraídas por las supuestamente suculentas ganancias del sector, habría que ver hasta qué punto las IMFs pioneras no han jugado un rol importante en la progresiva incorporación de actores sociales, antes excluidos, en una cultura financiera y en una dinámica de administración empresarial que, aunque diminuta, les ha permitido merced al esfuerzo individual o colectivo afrontar en mejores condiciones una situación estructural de pobreza. Vale decir, un rol de desarrollo.

Sobrevuela en el texto, por otra parte, cierta idea laxa de neoliberalismo. El autor atribuye al Consenso de Washington, de comienzos de los años ’90, la paternidad ideológica del modelo de las microfinanzas. Así se pretende explicar que la proliferación de microempresas y negocitos informales, dispuestos a pagar tasas de interés siderales por su crédito, ha sido producto del voraz apetito de lucro de un mercado entonces legitimado como asignador excluyente de recursos.

Sin pretender negar lo dañino que fueron aquellas políticas impartidas por los organismos financieros internacionales en América Latina, con la complicidad corrupta de gobiernos locales, no parece razonable hoy tomar a aquel consenso como si fuera una escuela de pensamiento, monolítica y uniforme. El interesante análisis y crítica que hace Bateman del estudio del BID La era de la productividad. Cómo transformar las economías desde sus cimientos (Carmen Pagés editora, BID, Washington, DC, 2010) permite ver la pugna de perspectivas -más o menos promercadistas, más o menos desarrollistas- dentro de la propia entidad. Bateman lo reconoce. Y el título de su artículo parece una inversión, algo sarcástica, del título de aquella publicación del BID… entidad de “orientación neoliberal claramente”, según el autor.

En síntesis, el aporte de Bateman es valioso para quebrar ciertas inercias y ciertos dogmas que arrastra el discurso de las microfinanzas. Es de esperar que estudios como el suyo sirvan a modo de insumo para una toma de decisiones más informada por parte de quienes piensan ingenierías de desarrollo y disponen cómo ensamblar mejor los distintos sectores productivos (¿no estaría bien pensar estrategias masivas de formalización de microempresas?). Convenimos con Bateman, también, que el estado debe cumplir su rol, no ya sólo como atemperador de los excesos del mercado, sino en la determinación de cuáles deben ser estos sectores prioritarios y estratégicos. Pero de allí a achacar a las microfinanzas la responsabilidad de “profundizar la pobreza” y de ser un instrumento “anti-desarrollo”, hay una distancia considerable que el autor cubre con afirmaciones demasiado tajantes, que merecerían mayor elaboración y cuidado.

Referencia

Bateman, Milford: “La Era de las Microfinanzas: Destruyendo las economías desde abajo”, en la revista Ola financiera, N° 15, mayo-agosto de 2013, Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM, Distrito Federal, páginas 1 a 77. Traducción de Wesley Marshall y Eugenia Correa.

Sobre el autor: Milford Bateman es actualmente consultor independiente y profesor visitante de Economía en la Universidad de Juraj Dobrila en Pula, Croacia. Tras completar su doctorado en la Universidad de Bradford, en Inglaterra, se especializó en políticas de desarrollo de la pequeña y mediana empresa y modelos de estados desarrollistas a nivel local. Fue consultor para el diseño y evaluación de programas sobre políticas de Pymes en Medio Oriente, China, Sudáfrica y Colombia.

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